@planetaencrisis
Unos dicen que el video del diputado Juan Requesens, donde se
le ve humillado, aparentemente drogado y cubierto de heces fecales, luego de presuntamente
ser torturado, es mentira, que fue filmado antes de su detención en una casa
particular y no en los baños del Sebin, que todo es un montaje.
Aseguran que todo lo planeó la CIA para generar descontento
social y, principalmente, para apuntalar la versión de que existe una dictadura
en Venezuela que no respeta los derechos humanos, lo que justificaría una intervención
militar humanitaria.
Que este plan imperialista, junto con el atentado a Maduro,
se ejecutó en combinación con Colombia y con empresarios internacionales que, a
través de los medios de comunicación y de las redes sociales, se han encargado
de difundir la mentira.
Otros, por el contrario, han culpado al gobierno autoritario
de ser el creador de la mentira, que sería en este caso no la tortura física y
psicológica demostrada en el video, sino la de hacer crer a todo un país que
cualquiera que se oponga al poder supremo del gobierno será perseguido y
castigado del mismo modo.
Otros se rehúsan a creer que Requesens haya estado
implicado de cualquier modo en el atentado frustrado contra el Presidente de la
República y cuestionan la veracidad de su confesión, dicen que fue forzada por
el uso de drogas. Ni siquiera creen que hubo tal atentado, le ponen comillas al
sustantivo.
Y otros más apenas se sienten
chocados por la crudeza del video, están muy indignados y repudian lo que
consideran la violación salvaje de los derechos y de la dignidad de una
persona.
Entretanto, todos, sin excepción, están aferrados a su
opinión, no aceptan las demás versiones ni las “medias tintas” de quienes no
hagan encendida defensa de sus puntos de vista.
Como suele pasar, ni siquiera la prensa se ha salvado de la
ola de indignación que desató el video del diputado.
Anecdótico es que, más allá de los habituales trolls, robots
y de los activistas pagados que abundan en las redes sociales, respetables agencias
de noticias como AFP y Reuters fueron bombardeadas con cientos de reclamos e
insultos de personas furiosas por leer en sus titulares que Requesens “confesó”
haberse relacionado con un sujeto acusado de estar implicado en el atentado.
Incluso periodistas les reclamaron a las agencias su falta
de posicionamiento ante estos hechos políticos.
Algunos internautas se extendieron en cuestionamientos
morales, miles de veces reproducidos y republicados a través de los mecanismos
de las redes sociales. Y otros tantos replicaron moralmente que quien prefiere
promover uma intervención militar “humanitaria” en Venezuela no merece
consideración, ni siquiera el derecho a existir.
Porque moral es el razonamiento que torna legítimo odiar y
creerse con derecho a destruir aquello que consideramos nefasto, lo que va en sentido
contrario a cualquier solución política. Como dijera en un artículo por estos
días Fernando Mires, “discutir sobre la legitimidad de un hecho es un tema
moral y no político”.
Claro que no existe una verdad a priori para noticias como ésta y
a los periodistas nos cabe intentar retratar con exactitud los hechos e
investigar sus diversas aristas, no omitir o emitir sentencias.
Y como tampoco existe información oficial suficiente,
porque ella será sistematicamente sesgada, esa tarea se vuelve todavia más
difícil.
Todo el mundo tiene derecho a pensar lo que quiera. Y más aun cuando todo el mundo sufre mucho, cuando todo el mundo tiene mucha rabia.
Tal vez, cuando el planeta en que vivimos esté envejecido, quemado y yermo, la verdad
esquiva seguirá rebotando entre muros fake forjados por los humanos que todavía existan.
Pero en este mundo de hoy, inundado de fea política, ¿no es
verdad que los gobiernos cuando están en decadencia, cuando las alianzas se
fracturan y los liderazgos están desprestigiados, cuando todo se derrumba y deben
mantenerse a todo costo, es cuando más autoritarios y abiertamente criminales
se vuelven?
Esa pareciera una verdad que salta a la vista.
También salta a la vista que las condiciones están dadas
para lo que tanto quisieron y esperaron quienes se negaron a buscar soluciones
políticas: una solución explosiva.
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