Eugenio Montejo
La vejez de la carne es la peor máscara
que los dioses nos tejen.
Con invisible estambre y rueca fría,
con su nocturna aguja irrefutable,
sin percatarnos, casi de puntillas,
voz y cuerpo nos cambian.
Sólo al azar de algún milagro ―si lo otorgan―
puede que alguna vez, fuera del tiempo
un joven cuerpo se tienda
y nos abrace
como abraza el amor,
mucho más hondo que la muerte...
Entonces, tras la máscara,
nuestra marchita carne se reaviva
y vuelve un rayo a iluminarnos
que dura apenas lo que dura un rayo.
....................................
De Papiros amorosos, 2002.
La vejez de la carne es la peor máscara
que los dioses nos tejen.
Con invisible estambre y rueca fría,
con su nocturna aguja irrefutable,
sin percatarnos, casi de puntillas,
voz y cuerpo nos cambian.
Sólo al azar de algún milagro ―si lo otorgan―
puede que alguna vez, fuera del tiempo
un joven cuerpo se tienda
y nos abrace
como abraza el amor,
mucho más hondo que la muerte...
Entonces, tras la máscara,
nuestra marchita carne se reaviva
y vuelve un rayo a iluminarnos
que dura apenas lo que dura un rayo.
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De Papiros amorosos, 2002.
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