lunes, 9 de abril de 2012

Una receta para fabricar seudociencia

Klaus Ziegler

Desde el 2000 funciona en internet un sistema capaz de generar los más divertidos textos posmodernos, y no sería extraño que algunos de ellos puedan estar ya engrosando las páginas de algún libro de etnometodología, o de alguna revista dedicada a la “deconstrucción de metanarrativas dominantes en los estudios de género”.

Sin embargo, y a pesar de que la receta es bastante simple, no parece existir ningún algoritmo equivalente para fabricar artículos o libros seudocientíficos, digamos al estilo de Deepak Chopra o de algunos de sus más sobresalientes aprendices, como el curandero colombiano Santiago Rojas.

Para comenzar, el discurso debe simular rigor y profundidad, lo que se alcanza sin mayores dificultades intercalando aquí y allá un poco de vocabulario científico. Y si es un texto sobre medicinas alternativas, hay que estar seguro de que incluya vocablos como radiación, frecuencia, armónicos, espectro, cuántico, iónico, electromagnético, cromático… Conviene elaborar el grueso del material con seudociencia estándar: chakras, bioplasmas, pranas, mónadas, auras, cuerpos etéricos, astrales, karmas, energías vibracionales…,  preferiblemente en miscelánea con algo de alquimia, astrología y filosofía griega, procurando en lo posible por darle al discurso un tinte enigmático o místico.

La ilusión de coherencia lógica se consigue sin problema abusando de las analogías. El hilo de la argumentación debe recaer especialmente en las analogías semánticas, y hay que evitar ser preciso o riguroso cuando se hace uso de conceptos científicos, lo que podría dejar al descubierto el fraude y malograr la tarea. Si se habla de evidencia experimental es importante advertir que una multitud de estudios confirman la teoría, lo que se refuerza citando algunas anécdotas personales que deberán denominarse “experiencias clínicas confirmatorias”.

La “Medicina Poliédrica” es una famosa terapia del antes yerbatero y médico de la Casa de Nariño, Santiago Rojas, ahora convertido en terapeuta biogeómetra, la cual promete curar enfermedades que van desde simple estrés, hasta sida, lupus y cáncer, siguiendo un protocolo bastante sencillo: basta colocar arreglos apropiados de cubos, icosaedros, tetraedros y dodecaedros de plástico de distintos colores sobre determinados órganos y chakras del cuerpo. Estos poliedros, según la teoría, tienen el efecto de “reordenar” la energía de los órganos afectados, y por ende de “armonizar” toda la energía del organismo con lo que se logra la sanación.

Escribe así un experto en hipnosis y medicina poliédrica: “El cuerpo humano posee un campo electromagnético que lo rodea [cuerpo bioplásmico]: auras, chakras: centros de energía […] cuando la enfermedad aparece se altera ese campo, la vibración diferente va a anunciar que el daño físico va a aparecer, o que ya existe una lesión […]”. Y no podría faltar la referencia obligada a la proverbial cámara Kirlian: “Desde que el ruso Kirlian inventó una cámara fotográfica especial para fotografiar ese cuerpo [el aura]…”, y el artículo continúa con una explicación detallada de los poderes terapéuticos de cada uno de los poliedros.

El texto se ajusta perfectamente a la receta: abunda en términos seudocientíficos como “bioplasmas”, “campos vibracionales”, “energías”, “auras”…, sin que falten alusiones a fenómenos físicos bien establecidos como los campos electromagnéticos o el halo de luz que se produce alrededor de un objeto cuando se fotografía en una cámara Kirlian. El problema es que este halo luminoso, presunta evidencia de la existencia del aura, no es más que una interpretación errónea de un fenómeno electrostático que se explica en física elemental, y que ocurre cuando el aire alrededor de un objeto se ioniza en presencia de un campo eléctrico intenso. Este fenómeno nada tiene que ver con energías bioplásmicas, puesto que también se produce alrededor de una piedra, o de cualquier mineral u objeto inanimado.

Y el problema más grave es suponer que al hablar de “desbalances” de energías se esté dando una explicación de la etiología de las enfermedades, cuando en realidad la explicación no es más que un rencauche en jerga científica de la antigua teoría hipocrática de los cuatro humores, una burda analogía semántica que no dice nada.  Sería como explicar el movimiento planetario alrededor del Sol como el resultado del perfecto “balance” de la energía de los astros; y la colisión con un asteroide, como un fenómeno debido a la “desarmonización” de esta energía cósmica.

Sería deseable ver un generador de textos esotéricos que, ajustándose a una fórmula similar a la descrita, llegara a ser competitivo en el lucrativo negocio de los charlatanes de la Nueva Era. Una receta equivalente ya fue ensayada con todo éxito en el campo de las humanidades por el físico de la Universidad de Nueva York, Alan Sokal, en una broma legendaria que logró filtrar un texto lleno de absurdos y tonterías --al mejor estilo posmoderno-- en una de las publicaciones más prestigiosas sobre el tema.

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Publicado por El Espectador el 21-10-2010.

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