martes, 15 de octubre de 2013

Los animales y la moral

Friedrich Nietzche

Las prácticas que se exigen en una sociedad refinada —precaverse de todo lo ridículo, extravagante y pretencioso  reprimir tanto las virtudes como los deseos violentos; ser ecuánime; someterse a las reglas; empequeñecerse— en cuanto moral social, se dan hasta en esa escala más inferior del reino animal. 

Precisamente en esa escala más inferior descubrimos las ideas que se esconden tras la capa de todas esas amables reglamentaciones: se trata de escapar de los perseguidores y de resultar favorecido en la captura del botín. 

Por eso los animales aprenden a dominarse y a disfrazarse hasta el punto de que algunos llegan a adoptar el color de las cosas que les rodean (en virtud de las llamadas «funciones cromáticas»), a simular que están muertos, a adquirir la forma y el color de otros animales, o la apariencia de la arena, de las hojas, de los líquenes o de las esponjas (eso que los naturalistas ingleses llaman mimicry: mimetismo).

De igual forma, el individuo se esconde tras la universalidad del término genérico «hombre» o se confunde con la «sociedad», o se adapta plenamente a la forma de ser de los príncipes, las castas, a los partidos o a las opiniones de su época y de su país. Todas estas formas sutiles de aparentar felicidad, agradecimiento, poder o amor tienen su equivalencia en el reino animal. 

También comparte el hombre con el animal el sentido de la verdad, el cual, en última instancia, se reduce al sentido de la seguridad; procurar no dejarse engañar o confundir por uno mismo; escuchar con recelo las voces de nuestras pasiones; dominarse y desconfiar de uno mismo; todo eso es entendido de igual forma por el animal que por hombre: también en aquél el autodominio nace del sentido de la realidad, de la prudencia.

Del mismo modo, el animal observa los efectos que produce la imaginación de los demás animales, aprende a a dirigir su mirada sobre sí mismo, a considerarse objetivamente y, en cierta medida, a autoconocerse.

El animal aprecia los movimientos de sus enemigos y de los seres a los que puede considerar amigos, y llega a obtener un conocimiento minucioso de las particularidades de uno y de otro. Renuncia, de una vez por todas, a enfrentarse con los ejemplares de una determinada especie, y al acercarse a ciertas especies de animales, adivina sus intenciones pacíficas o bélicas.

Los orígenes de la justicia, de la templanza, de la valentía —en una palabra, de todo lo que designamos como virtudes socráticas— están en los animales. Tales virtudes son una consecuencia de los instintos que llevan a buscar el sustento y a escapar de los enemigos.

Por lo tanto, si consideramos que todo lo que ha hecho el hombre superior ha sido elevar y refinar la calidad de sus alimentos y la idea de lo que considera contrario a su naturaleza, habremos de concluir que el fenómeno moral es algo que afecta a todo el reino animal.

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De Aurora, 1881.

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