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Antes de que se acabara febrero anduve buscando la luna, astro que suele perderse tras la calina y las nubes. La perseguí por las calles, otee desde las ventanas, pero ella se escondía sin dar la menor señal de dónde es que se encontraba. Finalmente la hallé al fondo de una avenida larga, tras un edificio gris y una callecita solitaria. En torno suyo el cielo se arrebolaba y ella sonreía graciosa cual polvorosa enmantequillada, como golosina fresca en mesa de una piñata. Con su carita redonda refulgía y abanaba, blanquita, cremosa, fría... mientras frondosos jardines poco a poco se sombreaban.
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