martes, 14 de diciembre de 2010

De hecho, una mujer preciosa

Marina Colasanti

Se enfermó la mujer. Bebía agua, se bañaba con leche, rechazaba alimento y no quería salir de la cama. Entre sus muslos, de vez en cuando, una baba irisada le escurría, secándosele sobre la piel.

Pasado algún tiempo quiso penetrarla su marido, hacía ya mucho ausente de aquel cuerpo. Pero al adentrarse en las carnes, sintió el impedimento. Entonces, retirándose de ella, sumergió los dedos en pinza y, en el fondo, más allá de pétalos y pistilo, rodeada de mucosas palpitantes, pescó, húmeda, la perla.

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De Contos de amor rasgados, 1986. Traducción libre.

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