@planetaencrisis
Este momento que vivimos, de
fuerte polarización política al interior de nuestras sociedades en el mundo, ha
cambiado el periodismo y su oficio en un tiempo increíblemente corto, al menos
para muchos de nosotros los periodistas.
Un caso emblemático es el de mi
país, Venezuela, donde la “batalla de las ideas” que vino a la par de un
proceso político dio paso, primero, a un escenario donde la prensa tuvo preponderancia como actor de oposición e incluso apoyó un golpe militar en su momento, y en la actualidad, a una situación imposible de imaginar hace diez o doce años:
de tener una prensa que era toda de oposición pasamos a no tener ninguna prensa
de oposición.
En cuanto al discurso periodístico, no parece arriesgado decir que estamos ante un periodismo notoriamente distinto del que conocí cuando empecé a trabajar y durante los años que siguieron después, antes de lo que he llamado una (real) "politización" del periodismo a escala global.
En los años 90 los periodistas
podían sentirse relativamente cómodos en una posición política y raramente serían execrados o
etiquetados como indeseables por ello. En Latinoamérica vivíamos una primavera democrática y no se había producido esa ruptura entre las posiciones políticas radicales de los distintos actores sociales.
Mis compañeros y yo veíamos con
respeto a cualquiera que decidiera acomodarse en esa mullida dignidad de
pertenecer a un grupo o de exhibir una tendencia, mejor si era de izquierdas,
en mi caso, pues le daba el don de ser crítico de las injusticias y conocedor
de la naturaleza de los hechos gracias a esa cercanía de lo humano cotidiano
que tiene el trabajo de periodista.
Las figuras sociales que nos
servían como referentes eran, a su vez, académicos o intelectuales
o artistas o famosos u otras personas respetadas, quienes jamás serían
públicamente denigrados o ridiculizados por aquellos cuyo pensamiento tuviese
distinta orientación política.
De hecho, el lenguaje que
manejaban públicamente los políticos era, hasta cierto punto, mesurado.
En aquella época era impensable (ojo, hablo solamente desde el punto de vista del discurso periodístico) —aunque los
medios de comunicación libraran su rol habitual en
ese juego de necesidades e intereses que determina el flujo de la información— que un medio, al querer
mostrar una imagen intencionalmente negativa, usara un discurso ideológico.
Parecía imposible imaginar
entonces que los medios llegarían a tener un lenguaje abiertamente parcializado,
donde mostrarían una izquierda y una derecha políticas en permanente conflicto,
y que tal debate ideológico se elevaría al papel protagónico en la escena de todos los días.
Tomando partido
Esa realidad que quedó en el
pasado es probablemente rechazada hoy por muchos de los periodistas que ejercen
la profesión en Venezuela y es defendida por otros tantos, porque el compromiso ideológico se ha vuelto parte visible de su trabajo.
Por ejemplo, periodistas afines
al actual gobierno venezolano podrían refutar recordando que aquella era una época de
alienación, donde todos los actores sociales trabajaban mancomunadamente para
mantener el estatus quo y la hegemonía del poder económico y del capitalismo como sistema de dominación en el mundo, y que entonces
nadie se cuestionaba si el discurso que recibíamos de los medios estaba o no
cargado de ideología, por lo que la imposición de una visión de sumisión a los
intereses económicos de la oligarquía y hegemónicos del imperialismo extranjero pasaba
desapercibida a los ojos de la mayoría.
Por su parte, periodistas de
oposición dirían que el discurso de lucha de clases se ha impuesto por la
profusión de medios oficialistas y por el silenciamiento de los demás; que es
propangandístico, mentiroso y violador de los derechos del libre flujo de la
información y que busca legitimar a un gobierno al que ellos califican como
autoritario, para usar el menor de los adjetivos.
¿Cómo es posible esta diatriba
sin conciliación? ¿Qué hace de los periodistas unos militantes en su trabajo? Pues no se trata solamente de ser muy pragmático y de garantizarse el puesto, se
trata de que el periodismo es un oficio que obliga a los periodistas a tomar
partido.
Libertades y virtudes
El periodismo se maneja sobre
supuestos ideológicos muy claros: Tengo algo que decir y debo poder decirlo a
través de estos canales sociales a la mano. Es mi supremo privilegio como
periodista y también mi mayor virtud, por cuanto de este modo también ejerzo mi
derecho ciudadano a expresarme libremente y garantizo la libertad de los demás.
Es algo así como la visión de un súper profesional con virtudes heroicas.
Pero entre las lecciones de
ética que recibimos en las escuelas también nos explican ese eufemismo llamado
“línea editorial”, sobre el cual tenemos que caminar cuidadosamente pues no
somos dueños del canal de comunicación donde estamos trabajando.
De modo que, para trabajar en
una empresa de medios de comunicación es prácticamente indispensable que el periodista, si no sea afín ideológicamente, al menos esté públicamente comprometido con su
posición, lo cual, claro, se reflejará abiertamente en su trabajo.
Esto, entiéndase, más que una condición sine qua non para trabajar es un comportamiento lógico y dictado por el sentido común.
El comunicador se aferrará con
pasión a los principios que le enseñaron en la Academia y hará de ellos una
herramienta, lo cual le llevará a la constatación de que está, en la
práctica, ideológicamente comprometido hasta la última coma con lo que expresa.
O entonces se irá con sus preguntas y sus palabras a otra parte.
Convivir como “ni ni”
Hasta este punto del
racionamiento todos estamos de acuerdo en lo esencial: en algún momento de la
historia reciente hubo una ruptura del discurso periodístico y, en Venezuela, tal
cambio es sintomático del cambio político y social que hemos experimentado
y cuya evolución nos ha llevado adonde estamos ahora.
Como resultado de nuestro proceso particular, los
medios oficialistas venezolanos se volvieron punteros de la lucha contra los enemigos mediáticos e ideológicos de aquí y de
allende las fronteras, pero también espejos de la propaganda oficial, mientras que los medios privados —otrora más o menos radicales— se replegaron en una sola y tímida etiqueta: “ni
ni”, donde ya no hacen oposición y, en cambio, muchos se alinean favorablemente.
Pero buscar objetividad desde
las posiciones comprometidas es muy difícil.
Muchos periodistas sienten que han llegado a una encrucijada donde tendrán que perder una parcela de dignidad para seguir adelante.
Otros se sienten en la obligación moral de dar la batalla ideológica cueste lo que cueste, pues dar una visión crítica de la cuestión social implica el desmontaje del discurso dominante que impone valores y moldea mentalidades.
Muchos periodistas sienten que han llegado a una encrucijada donde tendrán que perder una parcela de dignidad para seguir adelante.
Otros se sienten en la obligación moral de dar la batalla ideológica cueste lo que cueste, pues dar una visión crítica de la cuestión social implica el desmontaje del discurso dominante que impone valores y moldea mentalidades.
Para los periodistas de
oposición, no denunciar al gobierno significa renunciar a sus ideales, callar
ante los atropellos y crímenes, amordazar la verdad.
Para los periodistas favorables
al gobierno, la "prensa golpista" venezolana, que en el nombre de una falsa
libertad se erigió a sí misma en poder de facto y que presenta a los políticos golpistas como víctimas de represión, está pagando el precio. El
gobierno la enfrenta como actor político desestabilizador y la
combate como tal.
Todos, no obstante, se arropan en el protagonismo del periodista y del medio y ven la noticia como arma ideológica.
En mi opinión personalísima, con la cual no quiero sino señalar los cambios ocurridos en los últimos años en materia del discurso periodístico, en Venezuela hemos llegado al punto ciego de la contradicción.
Todos, no obstante, se arropan en el protagonismo del periodista y del medio y ven la noticia como arma ideológica.
En mi opinión personalísima, con la cual no quiero sino señalar los cambios ocurridos en los últimos años en materia del discurso periodístico, en Venezuela hemos llegado al punto ciego de la contradicción.
Es algo así como el punto de la tragedia, ese punto en el que el pulso entre libertades y necesidades tiene un desenlace que no por anodino resulta menos dramático.
Si convenimos en que la
política tiene el mismo fin u objeto que la ética, que es el devenir, la
contingencia, la posibilidad de que algo suceda o no suceda en la existencia y
en la convivencia humanas, debemos convenir también en que la política que
niega la convivencia (e incluso la existencia ) con el contrario o que quiere su exterminio absoluto no es, ni
mucho menos, ética.
Por extensión, el periodismo que niega al contrario político es un despropósito.
Y el periodismo que adoctrina, en teoría, es una aberración.
Por extensión, el periodismo que niega al contrario político es un despropósito.
Y el periodismo que adoctrina, en teoría, es una aberración.
Nudo ciego. Allí estamos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario