¡Escuche,
Señor Dios!
(Fragmento final de La nube en pantalones)
Vladimir Mayakovski
¡Escuche, Señor Dios!
¿No se
cansa
de mojar a
diario en esta jalea nubosa
sus ojos
bonachones?
¿Sabe qué?
montemos un
tiovivo
en el árbol
del aprendizaje del bien y del mal.
Omnipresente,
tú estarás en cada estante
y en la
mesa pondremos unos vinos
que hagan
bailar el qui-ca-pou
al
taciturno apóstol Pedro.
Devolveremos
al paraíso a las Evitas:
una orden
tuya
y esta
misma noche te traeré
a las
muchachas más bonitas.
¿Quieres?
¿No
quieres?
¿Meneas la
cabeza, greñudo?
¿Frunces la
canosa ceja?
¿Crees
que ese
sujeto
detrás de
ti, alado,
entiende de
amor?
Yo también
soy ángel; lo fui,
parecía un
corderito almibarado,
pero me
cansé de regalarle a yeguas
vasijas de
porcelana hechas con tristezas.
Todopoderoso:
inventaste un par de manos,
le pusiste
una cabeza
a cada quien,
¿por qué no
se te ocurrió
que se pueda
sin tormentos
besar,
besar, besar?
Te creía
inmenso dios omnipotente
y eres un
diosito torpe, pequeñito.
Mira, me
agacho
y de la
bota
saco un cuchillo.
¡Alados rufianes!
¡Arrástrense
en el paraíso!
¡Ericen sus
plumas de temor asustado!
A ti,
impregnado de incienso, te cortaré
de aquí a
Alaska.
¡Déjenme!
¡No me
contendrán!
Ya sea que
mienta
o tenga
razón,
más
tranquilo no puedo estar.
Miren:
han
decapitado más estrellas
y el cielo
ensangrentado es una carnicería.
¡Oye tú!
¡Cielo!
¡Quítate el
sombrero!
¡Paso yo!
Silencio.
El universo
duerme,
recostando
sobre la zarpa
con
garrapatas de estrellas una oreja enorme.
(1915)
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