viernes, 3 de agosto de 2012

El inocente

A José Bento

Eugenio Montejo

Dios me movió los días uno tras otro,
dio vueltas con sus soles hasta paralizarme
como un gallo ante un círculo de tiza.
Me quedé inmóvil viendo girar el mundo
en esferas errantes y volátiles
aquí en mi cuerpo y afuera entre las cosas.
Cambió de casas la ciudad, de calles,
y entre las calles el rumor de las voces
como si cada ser no fuera sino ausencia.
Mudó mi rostro, el tiempo de mi rostro,
pero continué impávido en el centro
con el desamparo de una estátua
que ignora las grietas de sus piedras.
Jamás di un paso,
nunca empujé mi vida hacia la muerte.
Fue Dios el que movió todos mis días,
la redondez de Dios que no da tregua.

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De Adiós al siglo XX, 1992.

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