lunes, 30 de julio de 2012

Argentina: El impacto importador

El impacto del factor internacional en la desaceleración
económica argentina es mayor que en los países
vecinos, sobre todo por Brasil.
Enrique Aschieri

La picada en punta del precio mundial de la soja motiva a algunos analistas a negar que la crisis global tenga efectos negativos para la Argentina. Por el contrario, sugieren algo así como que hemos encontrado el paraíso perdido. Es que a la fase alcista coyuntural del “yuyo” le suman un par de datos estructurales, entre ellos, por el lado de la demanda, un supuesto aumento de la clase media mundial, y el crecimiento del producto mundial que viene empujado por los países emergentes, donde vive poco más de tres cuartos de la humanidad. Mucho menos frecuentes son los análisis que hacen hincapié estructural en el lado de la oferta, particularmente el aumento del precio del petróleo por su impacto en el costo de los insumos agrícolas y el asunto de los biocombustibles. Ambas posturas, complementarias o sustitutas, como se quiera, esperan que, cuando cese el efecto de la bajísima tasa de interés norteamericana, los precios de las materias primas, aunque atenuados, continúen altos con respecto a sus estándares históricamente bajos.

Las dos posturas aceptan que se es pobre o próspero según lo que se venda en el mercado mundial sea barato o caro. En última instancia, suponen que son los precios mundiales los que determinan los ingresos nacionales. Pero con todo lo importante que es señalar esa refutable por inverosímil línea de causalidad, en el sentido que las cosas suceden exactamente al revés, lo que realmente llama la atención es el olímpico olvido de las importaciones. Un mundo en crisis es un mundo que vende a precios de liquidación. Las tensiones estructurales que sufre la Argentina en el flanco externo, por su condición de importador neto de insumos difundidos y bienes de capital, son agravadas por la coyuntura bajista y, si bien también coyunturalmente son aliviadas por el alto precio de las materias primas que vende, hablando en plata, mientras en 2011 las exportaciones crecieron 23,7 por ciento respecto de 2010, las importaciones se incrementaron el 30,8 por ciento. Además, el 35 por ciento de las exportaciones argentinas son industriales, alcanzadas entonces por la deflación mundial del rubro.

Los que ven en la crisis mundial una mera invocación gubernamental para esquivar los costos de la herida por mano propia, hecha a pura torpeza, en realidad están abogando por una devaluación a efectos de bajar los salarios, situación acentuada por el subsiguiente aumento del desempleo. Con eso se esperanzan en lograr un saldo comercial que aumente tanto por el precio de las exportaciones como por la baja de las importaciones generadas por el desempleo. Esto último no sería muy acentuado, dado que propugnan la apertura otra vez. Tal curso de los acontecimientos agrava en vez de atenuar el intercambio desigual, y la crisis lo aguarda. El viejo recurso del endeudamiento externo estará esperando su día.

En ese esquema, los buenos términos de intercambio serían buenos para nada, puesto que el eventual superávit comercial, en rigor cualquier superávit comercial, o se reabsorbe mediante el aumento de las importaciones –para lo cual tiene que haber demanda– o no se reabsorbe. En la medida que la meta gubernamental continúe empeñada en mejorar la distribución del ingreso, se ve obligada a sustituir importaciones y las tensiones y fricciones se agravarán en vez de sosegarse. De lo contrario, no muy lejos se encuentra una crisis de balanza de pagos que da espacio al reemplazo de la reacción. De manera que lo que vuelve interesante e imprescindible ahondar la industrialización es el aumento en cantidad y calidad del consumo popular para tornarlo factible y sostenido en el tiempo, y no alguna supuesta superioridad de los productos manufacturados sobre los bienes primarios, un puro espejismo.

Este es un mundo caracterizado por el desarrollo desigual y no por el desarrollo diferencial. El primero supone que el desarrollo de unos implica el subdesarrollo de los otros, y es antes que nada divergente. El segundo, que el ritmo diferente promete al final la convergencia. En el sentido de la bifurcación señalada, hace rato que el mundo se nos cayó encima. La coyuntura deflacionista de las importaciones agrava el cuadro sin que lo apoque la coyuntura inflacionista de las materias primas. La tentación del punto de vista conservador es aprovechar la bolada para intensificar la estructura del atraso. De ahí sus críticas al objetivo de edificar la base para la democracia industrial. Ningún país que a medidos del siglo XX estaba en la semiperiferia o periferia logró dejarla. No es menor el desafío que tiene por delante la Argentina.

*Profesor de Economía Internacional y de Economía Regional en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales de Buenos Aires.

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Publicado por Página/ 12 el 29-07-2012.

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