jueves, 14 de julio de 2011

Qué es Al Qaeda y cómo opera en Libia

(Segunda parte de “Enemigos en Irak y Afganistán, aliados en Libia")

Webster G. Tarpley

Al Qaeda no es una organización estructurada sino, más bien, una agrupación de fanáticos, sicóticos, agentes dobles, provocadores, mercenarios, etc.

Como ya explicamos anteriormente, Al Qaeda fue creada a instancias de Estados Unidos y los británicos durante la guerra contra los soviéticos en Afganistán. Es bastante probable que la mayoría de sus líderes, como el famoso vicecomandante Ayman al Zawahiri o la actual estrella en ascenso Anwar Awlaki sean agentes dobles del MI6 y/o de la CIA.

La premisa fundamental sobre la cual se mueve Al Qaeda es que todos los gobiernos árabes o musulmanes actuales son ilegítimos y deben ser derrocados, ya que no representan al califato que el grupo dice ver en el Corán. Eso significa que la ideología de Al Qaeda constituye, para las agencias de inteligencia, una herramienta fácil y lista para usar cuando se trata de atacar y desestabilizar a los gobiernos árabes y musulmanes establecidos, en el marco de la constante necesidad colonial de someter y saquear a las naciones en vías de desarrollo. Esto es precisamente lo que está sucediendo actualmente en Libia.

Al Qaeda surgió del medio político-cultural de los Hermanos Musulmanes, o Ikuan, creado también por los servicios de inteligencia británicos en el Egipto de los años 1920. Estados Unidos y Gran Bretaña utilizaron entonces a los Hermanos Musulmanes egipcios como movimiento de oposición contra las brillantes políticas antiimperialistas del presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, quien estaba logrando enormes victorias para su país con la nacionalización del canal de Suez y la construcción de la represa de Asuán, sin las cuales sería inconcebible el Egipto moderno. Los Hermanos Musulmanes actuaron contra Nasser como una especie de «quinta columna», compuesta de agentes extranjeros, exactamente del mismo modo en que el grupo Al Qaeda en el Magreb Islámico (la AQMI) proclama a toda voz su respaldo a la rebelión contra el coronel Muamar Gadafi.

En mi reciente libro “El terror fabricado: Made in USA” refiero detalladamente la naturaleza de Al Qaeda, por lo que no voy a repetir aquí ese análisis. Me limitaré a recordar que no tenemos que creer en el fantasioso mito que el gobierno de Estados Unidos ha construido en torno a este grupo para reconocer el ya demostrado hecho de que los militantes o los desequilibrados que se unen a sus filas son, en efecto,  sinceros en su odio y su ardiente deseo de «matar estadounidenses y europeos».

La política de la administración Bush utilizó la supuesta presencia de Al Qaeda como pretexto para desencadenar un ataque militar contra Afganistán e Irak. La administración Obama está modificando esa política al intervenir junto a una rebelión en la que Al Qaeda y sus aliados están fuertemente representados, porque atacan el régimen autoritario de Gadafi, que se ha mantenido en el poder desde hace décadas.

Ambas políticas conducen al fracaso y es necesario abandonarlas.

Al Qaeda en el Consejo de los rebeldes libios

El resultado de la presente investigación es que la rama libia de Al Qaeda es una prolongación del Grupo Islámico Combatiente en Libia (GILC) que opera en Derna y Bengasi.

La base étnica del GICL es, aparentemente, la tribu Harabi, profundamente antigadafista y de la que procede la gran mayoría de los miembros del Consejo de los rebeldes, incluyendo a sus dos principales líderes: Abdul Fatah Yunis y Mustafa Abdul Jalil.

Como me decía hace algunos años el canciller de Guyana y entonces presidente de la Asamblea General de la ONU, Fred Willis –quien fue un verdadero combatiente contra el imperialismo y el neocolonialismo–, detrás las formaciones políticas en los países en vías de desarrollo (y no sólo en esos países) se esconden a menudo rivalidades étnicas o religiosas. Eso es lo que sucede en Libia.

La rebelión contra Gadafi es una mezcla envenenada de odio fanático contra el coronel, de islamismo, de tribalismo y de rivalidades locales. Desde este punto de vista, la decisión de Obama de tomar partido en una guerra tribal es una idiotez.

Cuando Hillary Clinton viajó a París para que el presidente francés, Nicolas Sarkozy, le presentara a los rebeldes libios, la secretaria de Estado se reunió con el líder de la oposición libia, Mahmud Jibril, un personaje que recibió una educación estadounidense y cuyo nombre ya era conocido por los lectores de Wikileaks como uno de los interlocutores preferidos de Estados Unidos.

Jibril puede ser considerado un personaje presentable en París, pero los verdaderos cabecillas de la insurrección libia son, en realidad, Jalil y Yunis, dos ex ministros de Gadafi. De estos dos personajes, el verdadero jefe parece ser Jalil, al menos por el momento.

Según los documentos citados en esta investigación, Mustafa Abdul Jalil o Abdul-Jalil (en árabe: مصطفى عبد الجليل, que también puede escribirse Abdul-Jelil, Abd-al-Jalil, Abdel-Jalil o Abdeljalil, y también a veces, erróneamente, Abud Al Jeleil), es un político libio nacido en 1952. Fue ministro de Justicia (y, de forma no oficial, secretario del Comité General del Pueblo) del coronel Muamar Gadafi.

Abdul Jalil ha sido identificado como el presidente del Consejo Nacional de Transición basado en Bengasi, aunque algunos rebeldes cuestionan su nominación a ese puesto debido a sus relaciones pasadas con el régimen de Gadafi.

Por su parte, Abdul Fatah Yunis (en árabe: عبد الفتاح يونس) es un alto oficial del ejército libio que estuvo estrechamente vinculado a Gadafi desde que éste tomó el poder, en 1968-1969. Tenía rango de general y ocupó el puesto de ministro del Interior antes de dimitir, el 22 de febrero de 2011.

Relaciones peligrosas

Lo que más debería inquietarnos es que, tanto Jalil como Yunis, son miembros de la tribu Haribi, mayoritaria en el noreste de Libia, que es precisamente la tribu que se relaciona con Al Qaeda.

Según la agencia Stratfor, «…la tribu Harabi es históricamente un poderoso conjunto de clanes del este libio que ha visto declinar su influencia bajo Gadafi. El líder libio confiscó, en efecto, tierras cultivables a los miembros de esa tribu para entregarlas a otros clanes más débiles, pero más leales… La mayoría de los líderes del este de Libia, hoy emergentes, provienen de la tribu Harabi, incluyendo a los jefes del gobierno provisional instalado en Bengasi, Abdel Mustafá Jalil y Abdel Fatah Yunis, que tuvieron un papel fundamental en la deserción de ciertos militares al principio de la insurrección».

Es un poco como una carrera por la presidencia estadounidense, en la que ambos candidatos provienen de la misma región, pero con la diferencia de que las feroces rivalidades tribales agravan considerablemente la disputa.

¿Por qué el secreto sobre el Consejo de los rebeldes?

Un análisis de la composición global del Consejo de los rebeldes no logra mejorar la imagen de su base regional, sectaria y estrecha, sino que la empeora. Según una descripción reciente de las investigaciones de Stratfor, el Consejo de Transición está «presidido por un ex ministro libio de Justicia, con buena reputación, Mustafá Abdul Jalil, y se compone de 31 miembros que derían representar a todo el país, pero cuyos nombres no pueden divulgarse por “razones de seguridad”». (…) «Los principales miembros del Consejo, al menos los que conocemos, pertenecen todos a la confederación de tribus Harabi del noreste de Libia. Esas tribus tienen fuertes conexiones con Bengasi que se remontan incluso a la época anterior a la revolución de 1969, que llevó a Gadafi al poder.»

Con todo lo que ya sabemos sobre la extraordinaria densidad de combatientes del GICL y de fanáticos de Al Qaeda en el noreste de Libia, nos preguntamos si la identidad de los miembros del Consejo se mantiene en secreto para protegerlos de Gadafi o si no es más bien para evitar que sus nombres sean reconocidos en Occidente como nombres de terroristas o de simpatizantes de Al Qaeda. Esta última hipótesis parece estar más cerca de la situación actual.

¿Cuántos miembros, veteranos o simpatizantes de Al Qaeda componen el Consejo de los sublevados?

Todo lo que se sabe a través de la bruma de la guerra es que se han divulgado oficialmente los nombres de menos de una docena de miembros del Consejo, o sea, ni siquiera la mitad de sus 31 miembros.

Los nombres divulgados hasta ahora son: Mustafa Abduljaleel; Ashur Hamed Burashed, representante de la ciudad de Derna; Othman Suleiman El-Megyrahi, por la región de Batnan; Al Butnan, por la zona fronteriza con Egipto y Tobruk; Ahmed Abduraba Al-Abaar, por la ciudad de Benghazi; Fathi Mohamed Baja, por Benghazi; Abdelhafed Abdelkader Ghoga, por Benghazi; Omar El-Hariri en Asuntos Militares, y el Dr. Mahmud Jibril, Ibrahim El-Werfali y el Dr. Ali Aziz Al-Eisawi en Relaciones Exteriores.

El Departamento de Estado debería interrogar a esas personas, empezando quizás por Ashur Hamed Burashed, el delegado de la ciudad de Derna, bastión de los terroristas y de los candidatos a la realización de atentados kamikazes.

Los medios de prensa estadounidenses y europeos, por su parte, tampoco han tratado de identificar los nombres que ahora conocemos para ilustrar a la opinión pública, sino que han hecho todo lo posible por no llamar la atención sobre esa oscura mayoría de miembros del Consejo de sublevados que sigue actuando en el mayor secreto.

Tenemos que exigir, por consiguiente, que se den a conocer los nombres de los miembros, veteranos o simpatizantes del GICL que forman parte de dicho Consejo.

Estamos siendo testigos de un intento de la tribu Harabi por tomar el poder sobre las otras 140 tribus libias. Los Harabi ya tienen prácticamente el poder hegemónico en la región cirenaica. En el núcleo de la confederación Harabi se encuentra el clan El Obeidat, dividido a su vez en 15 subclanes. Todas esas consideraciones pudieran no presentar más interés que el puramente académico, si no existiese esta evidente conexión entre las tribus Harabi, por un lado, y, por el otro, el GICL y Al Qaeda.

Movimiento Sanusi, ¿monárquico o democrático?

La tradición político-religiosa del noreste de Libia hace de esta región un terreno propicio para las sectas musulmanas más extremistas, y también la predispone a favor de la monarquía más que a las formas modernas de gobierno, de las que es partidario Gadafi. La tradición musulmana predominante es la de la orden Sanusi (o Senussi), una secta musulmana que se opone a Occidente.

En Libia, Sanusi está estrechamente vinculada a la monarquía desde la época del rey Idris –puesto en el poder por los británicos en 1951 y derrocado por Gadafi en 1969– quien era el jefe de la orden. En los años 1930, los Sanusi organizaron la rebelión contra los colonos italianos respaldados por el general Graziano y su ejército. Hoy en día, los rebeldes usan la bandera de la monarquía y pudieran promocionar el regreso al trono de uno de los dos pretendientes provenientes del linaje de Idris. En otras palabras, los sublevados libios están más cerca de la monarquía que de la democracia republicana.

Veamos cómo describe la agencia Stratfor a Idris y a los Sanusi: «El rey Idris pertenece a un linaje de dirigentes provenientes de la orden Sanusi, orden religiosa sufí fundada en 1842 en Al Bayda que practica una forma austera y conservadora de Islam. La Sanusia representaba, antes de la creación del moderno Estado de Libia, una fuerza política en la región cirenaica y conserva aún cierta influencia hoy en día. No por casualidad esa región es el centro del yihadismo libio, con grupos como el Grupo Islámico Combatiente en Libia (GICL). De hecho, el clan Gadafi ha calificado la actual revuelta de complot islámico elaborado…».

Bajo la monarquía, Libia era, según varios estimados, el país más pobre del mundo. Hoy en día, Libia ocupa la posición número 53 en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU. Por delante de Rusia, Brasil, Ucrania y Venezuela, Libia es además el país más desarrollado de África. A pesar de su carácter autoritario, el reinado de Gadafi tiene unos cuantos méritos objetivos realmente difíciles de ignorar.

Racismo y “limpieza” étnica

El Black Agenda Report, de Glen Ford, ilustró con toda razón el carácter racista y reaccionario de la insurrección libia.

Las tribus del sur de Libia, conocidas con el nombre de Fezzan, son de piel oscura. La base tribal que sirve de apoyo al régimen de Gadafi consiste en una alianza de las tribus del oeste, del centro y del sur (los Fezzan), que se oponen a los Harabi y a los El Obeidat. Estos últimos se identifican a su vez con la antigua clase dirigente de la época de la monarquía.

Es notorio que los Harabi y los El Obeidat abrigan fuertes sentimientos racistas en contra de los Fezzan. Eso se puede comprobar a través de la lectura de varios artículos divulgados en medios de la prensa occidental desde el comienzo de la insurrección, inspirados –claro está– por responsables de los Harabi, que afirman que las personas de raza negra presentes en Libia deben ser tratadas como mercenarios pagados por Gadafi y que, por supuesto, hay que exterminarlas.

Ciertos charlatanes, como Anne-Marie Slaughte, de la escuela Woodrow Wilson en la universidad de Princeton [ex directora de Planificación en el Departamento de Estado], siguen repitiendo ese discurso racista. Y, en efecto, una impresionante cantidad de negros africanos provenientes de Chad y de otros países que trabajaban en Libia han sido sistemáticamente linchados y masacrados por las fuerzas anti Gadafi.

La Casa Blanca de Obama, que proclama su voluntad de no permitir que se repitan en Libia las atrocidades de Ruanda, ha ignorado cuidadosamente esta espantosa historia de genocidio perpetrado por sus nuevos amigos de la región cirenaica.

Ante el oscurantismo de los Sanusi, Gadafi ha apostado por el equivalente musulmán del sacerdocio de todos los creyentes, explicando que no era necesario el califato para descubrir el verdadero sentido del Corán. Y completó lo anterior con una perspectiva panafricana.

Gerald A. Perreira, del Black Agenda Report, escribe lo siguiente sobre la divergencia teológica entre Gadafi y los neosanusi del norte de Libia o de otros clanes oscurantistas: «Al Qaeda está presente en el Sahara y en sus fronteras, y la Unión Internacional de Eruditos Musulmanes exige que Gadafi sea llevado a los tribunales… [Por su parte] Gadafi ha cuestionado el Islam de los Hermanos Musulmanes y de Al Qaeda desde un punto de vista coránico y teológico; es uno de los pocos líderes políticos capaces de hacerlo. Bengasi ha sido siempre el centro de la contrarrevolución en Libia, acogiendo a los movimientos islámicos reaccionarios, como los wahhabitas y los salafistas. Son esos individuos quienes formaron el Grupo Islámico Combatiente en Libia basado en Bengasi, que se unió a Al Qaeda y se convirtió al cabo de los años en responsable del asesinato de varios miembros del Comité de la Revolución libia.»

Sería interesante saber, por ejemplo, ¿cómo quedaría la condición de la mujer bajo el régimen neosanusi del Consejo de sublevados de Bengasi?

Al Qaeda: de demonio a aliado de EEUU

Para quienes intenten seguir los cambios en la manera como la CIA maneja las diferentes organizaciones títeres en el seno del terrorismo islámico será útil pasar revista a la transformación del GICL-AQMI, que pasó de ser un de enemigo mortal a un cercano aliado.

Ese fenómeno está estrechamente vinculado a una inversión de los frentes ideológicos del imperialismo estadounidense, lo que marcó el paso de la administración Bush-Cheney, neoconservadores, al actual régimen Obama-Brzezinski-International Crisis Group.

El enfoque de Bush consistía en utilizar la supuesta presencia de Al Qaeda para justificar un ataque militar directo.

El método Obama consiste, por el contrario, en utilizar a Al Qaeda como instrumento para derrocar los gobiernos independientes y después separar las poblaciones y fragmentar esos mismos países, o bien utilizarlos como peones kamikazes contra enemigos mucho más poderosos, como Rusia, China o Irán.

Este enfoque necesita una fraternización más o menos abierta con los grupos terroristas, que ya comenzó a aparecer en el famoso discurso que Obama pronunció en El Cairo, en 2009. Pero los vínculos entre la campaña de Obama y las organizaciones terroristas que la CIA desplegó contra Rusia eran ya de público conocimiento hace tres años.


Pero esa inversión de los términos no se improvisa en una noche, sino que necesita varios años de preparación. El 10 de julio de 2009, el Daily Telegraph de Londres reportaba que el Grupo Islámico Combatiente en Libia se separaba de Al Qaeda. Aquello ocurrió en momentos en que Estados Unidos había decidido implicarse menos en la guerra de Irak y prepararse para utilizar a los Hermanos Musulmanes y a otros sunitas de Al Qaeda para desestabilizar a los principales países árabes, con vistas a lanzarlos contra el régimen chiíta iraní.

Yihadistas libios en Afganistán

Una de las contradicciones letales de la actual política del Departamento de Estado y de la CIA es que está dirigida a instaurar una alianza cordial con los asesinos de Al Qaeda provenientes del noreste de Libia, supuestamente en aras de proteger a la población civil, mientras que Estados Unidos y la OTAN bombardean sin piedad a los civiles del noroeste de Pakistán en nombre de la guerra total contra Al Qaeda, y mientras que soldados estadounidenses y de la OTAN mueren a manos de los hombres de Al Qaeda en ese mismo teatro de operaciones afgano-pakistaní.

La fuerza de esta flagrante contradicción amenaza toda la estructura de la propaganda estadounidense de guerra. Hace mucho tiempo que Estados Unidos renunció a la moral para concentrarse en el uso de la fuerza militar.

En realidad, es muy probable que los terroristas provenientes del noreste de Libia estén matando soldados de Estados Unidos y de la OTAN en Afganistán, mientras que Estados Unidos y la OTAN protegen sus casas de los asaltos del gobierno del coronel Gadafi.

Según el relato de Thomas Joscelyn y Bill Roggio (The Long War Journal), del 9 de octubre de 2010, un alto dirigente de Al Qaeda en el noroeste de Pakistán resultó muerto en una operación militar estadounidense en esa fecha: «Un importante dirigente que fungió como embajador de Al Qaeda en Irán, buscado por EEUU, parece haber resultado muerto hace dos días en un ataque aéreo realizado desde un avión sin piloto Predator en la zona pakistaní controlada por tribus cercanas a los talibanes en el norte de Waziristán (…) Se trataba de Atiyah Abd al Rahman, ciudadano libio radicado en Irán y que había sido embajador de Osama Bin Laden ante los mulás. Informes de prensa no confirmados indican que Rahman murió en un ataque aéreo…».

El Departamento de Estado, en su página web, anunció la recompensa por la captura de Atiyah Abd al Rahman, precisando que el terrorista había sido «nombrado por Osama Bin Laden como emisario de Al Qaeda en Irán», que Atiyah «reclutaba y ayudaba en las negociaciones con los demás grupos islamistas para que operaran para Al Qaeda» y que también era «miembro del Grupo Islámico Combatiente en Libia y de Jamaat Ansar al Sunna». Dentro de la jerarquía de Al Qaeda, Rahman se hallaba a un nivel tan elevado que podía permitirse, en 2005, darle órdenes a Abu Mussab Al Zarkawi, el jefe de Al Qaeda en Irak .

Entre los muertos en Pakistán se encuentra también un individuo, aparentemente originario del noreste de Libia, conocido con el nombre de guerra de Jalid al Harabi, nombre pudiera indicar un origen vinculado al medio yihadista de las tribus Harabi en Cirenaica. Según una fuente, «Jalid al Harabi es conocido también con el nombre de Jalid Habi, el ex jefe militar de Al Qaeda muerto en un ataque de un Predator estadounidense en octubre de 2008» [Thomas Joscelyn y Bill Roggio, op. cit.].

El escenario revelado en el caso de David Shayler, en 1995, se repite hoy David Shayler, oficial del MI5, el servicio británico de contraespionaje, se enteró de que su colega del MI6, el espionaje británico, había pagado 100.000 libras esterlinas a un miembro de Al Qaeda que debía organizar un intento de asesinato contra Gadafi. El atentado tuvo lugar, y provocó la muerte de numerosas personas inocentes, pero no logró eliminar al dirigente libio. Lo que Shayler pudo comprender sobre el escenario previsto es que incluía la eliminación de Gadafi y la posterior caída de Libia en el caos y las guerras tribales, con la posibilidad de una toma del poder directa por parte de Al Qaeda.

La situación podía entonces servir de pretexto a los británicos, probablemente actuando –aunque no necesariamente– en coordinación con Estados Unidos o con otros países, para invadir Libia y apoderarse del control de los campos petrolíferos, y establecer seguramente un protectorado permanente sobre las regiones ricas en petróleo o que sirven de punto de paso a los oleoductos y sobre la región costera (ver Annie Machon, 2005). El objetivo sigue siendo el mismo en este momento.

Paralelamente al intento de asesinato contra Kadhafi, el MI6 y otros servicios secretos occidentales fomentaron una importante insurrección en el noreste de Libia, prácticamente en la misma zona donde surgió la actual sublevación. Pero las fuerzas de Gadafi aplastaron aquella revuelta antes de terminar el año 1996. Los acontecimientos de 2011 son simplemente la repetición, 15 años más tarde, de aquel ataque contra Libia, con la intervención extranjera como complemento.

La guerra contra el Estado-nación

El actual ataque contra Libia se produce en el contexto más global de un ataque contra la institución de un Estado-nación soberano cuya existencia se remonta al tratado de Westfalia de 1648. Estados Unidos y Gran Bretaña están extremadamente inquietos ante la cantidad de naciones que tratan de escapar a la hegemonía anglo-estadounidense a través de una cooperación a gran escala con Rusia en materia de seguridad, con China en el plano económico y con Irán en materia de consideraciones de orden geopolítico.

La respuesta del tándem CIA-MI6 ha consistido en una orgía de acciones desestabilizadoras, de golpes de Estado, revoluciones de colores y revoluciones palaciegas, revelada por la operación de difusión limitada de documentos organizada por la CIA y conocida bajo el nombre de Wikileaks, que apunta a algunos nombres de la «lista de blancos» de la CIA, como Ben Ali y Gadafi.

A la estrategia de Obama le convendría más una iniciativa espontánea y autónoma y la ilusión de que la primavera árabe fue realmente un asunto de jóvenes idealistas visionarios que se reunieron en una plaza para pedir democracia, y que se respeten las leyes y los derechos humanos. Pero eso nunca sucedió. Las decisiones actuales fueron tomadas por una camarilla brutal de generales y de altos responsables -comprados o chantajeados por la CIA- que actúan entre bambalinas para derrocar a personajes como Ben Ali o Mubarak.

Independientemente de lo que haya hecho Gadafi, es indudable que obligó a la CIA y a la OTAN a despojarse de las bonitas máscaras del idealismo juvenil y de los derechos humanos y a revelar el espantoso rostro que se esconde tras ellas, el de los aviones teledirigidos Predator, los bombardeos aterradores, la carnicería generalizada y la arrogancia colonialista. Gadafi logró también hacer caer la máscara del «Yes we can» de Obama, revelando así un rostro guerrerista que sigue aplicando las políticas de «Vivo o muerto» que empleaba Bush, sólo que a través de medios diferentes.

La epopeya Farsalia del poeta Lucano

Los imperialistas modernos presurosos por invadir Libia deberían remitirse a La Farsalia, la epopeya del poeta Lucano sobre la guerra en el desierto libio durante la lucha entre Julio Cesar y Pompeyo Magno, hacia el final de la República romana. Un pasaje fundamental de ese clásico es el discurso de Catón de Útica, partidario de Pompeyo, que exhortó a sus hombres a emprender una misión suicida en Libia con las siguientes palabras: «Serpientes, sed, calor y arena. Únicamente Libia puede ofrecer esa multitud de desgracias, capaz de poner en fuga a cualquier hombre». Catón persiste y encuentra «una pequeña tumba donde encerrar su bendito nombre. Libia había puesto fin a los días de Catón…».

No cometamos la misma locura.

Las pistas que ofrece el estudio de West Point citado antes hacen un llamado a los investigadores

Como ya señalamos anteriormente, el informe de West Point se basa en cerca de 700 fichas de miembros de Al-Qaeda encontradas en Irak por las fuerzas de la coalición. Los autores de dicho estudio se comprometieron a poner a disposición del público la base documental que utilizaron en su investigación, tanto en lengua árabe –utilizada en los expedientes de Al Qaeda– como su traducción al inglés.

Partiendo del principio de que esos documentos se mantengan accesibles, pudieran permitir a investigadores y periodistas, sobre todo a los que conocen la lengua árabe (lo que no es el caso del autor de este trabajo), investigar sobre los combatientes libios que viajaron a Irak y determinar si algunos de ellos son parientes, vecinos o incluso socios políticos de los miembros conocidos del Consejo de sublevados de Bengasi o de las fuerzas contrarias a Gadafi.

Ese trabajo permitiría ayudar a los públicos de Europa y Estados Unidos y a los de otros países del mundo a entender mejor la naturaleza de la aventura militar que se está desarrollando en Libia, a través de un mejor conocimiento de quiénes son realmente los rebeldes libios, en vez de remitirnos a la imagen idealista y elogiosa que nos ofrecen los medios de prensa de Occidente.

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Publicado por Red Voltaire.net el 29-5-2011. Por lo extenso del texto lo partí en dos partes, además de que suprimí fragmentos y las 32 referencias bibliográficas abajo, entre otras intervenciones estilísticas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

What do you mean?