martes, 26 de abril de 2011

Piedra de mar (fragmento)

Francisco Massiani

Yo no sé si tú lo has sentido alguna vez, José, pero cuando me eché en la arena, cuando me puse boca abajo con el sol en la espalda, sentí que el calor me dilataba y me transformaba en una gota de aceite. Algo así como tú fueras un pedazo de cera al fuego, y el fuego te derritiera hasta transformarte en un líquido hirviendo que se expande poco a poco hasta ganar la playa toda. Sientes que no tienes recuerdos ni ideas. Sólo imágenes borrosas, imágenes que se vuelven gritos de niño, o el latigazo de repente de una ola sobre la roca. Y esos latigazos revientan la memoria. Te asesinan. Y tú resucitas entre las olas, convertido tan sólo en el hilito delgado que abandona el mar en la orilla. Es una sensación maravillosa. Los brazos y las piernas te crecen y se vuelven pájaro, piedra, sol, risa de mujer que está cerca. Y sobre ti, sobre la playa, pasan los paraguas, los pies, la gente. El cielo mismo parece una máscara de acero azul al rojo.

Pero bueno, ustedes deben haberlo sentido alguna vez y es inútil que yo se los recuerde. Y si en todo caso no lo han sentido, entonces estoy perdiendo el tiempo, porque es algo que hay que vivirlo, así como el sabor de una pera, de una uva que hay que morderpara masticar y conocer su jugo. El jugo del sol. El jugo del mar. El jugo del sol, sobre todo, porque a veces parece una naranja exprimida sobre el horizonte, y en la tarde provoca morder el sol, beberse el mar. Levantar la liga que separa el mar del cielo y dejarla temblando en una vibración grave que despierte millones de peces y los arroje al cielo. O comerse las estrellas que a las nueve parecen de fresa. O pasarle la lengua al cielo negro-azul, que debe tener un sabor a limón dulce buenísimo. O cantar a todo garganta Cielito lindo hasta quedarse mudo. Y hablo del cielo y el mar y del placer de ver el mar, porque Carolina se me acercó a la silla y me dijo con una risita muy desagradable:
– ¿Y tú no te bañas?
Y yo le dije:
–No. No me baño. Estoy bien así.
–Oye, vale, hay que ver lo que es venir a la playa para quedarse como un tonto... con toda esa ropa.
Yo no podía decirle:
–Es que tengo las uñas larguísimas.
¿No? Así que tuve que tragármelo.

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La novela Piedra de mar fue publicada en 1968.

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