viernes, 15 de abril de 2011

Libia y la nueva doctrina estratégica de EEUU

Thierry Meyssan

A menudo se dice que los generales no anticipan el cambio que viene y preparan la próxima guerra como si ésta tuviera que ser similar a la anterior. Eso se aplica también a los comentaristas políticos: interpretan los nuevos eventos no por lo que son, sino como si se estuvieran repitiendo los hechos que los precedieron.

Cuando los movimientos populares derrocaron a Zine el Abidine Ben Alí en Túnez y en Egipto a Hosni Mubarak, muchos pensaban que estaban presenciando una "revolución de jazmín" y una "revolución de la flor de loto", igual a las revoluciones de colores que la CIA y la NED han llevado a cabo a lo largo del tiempo desde la desaparición de la URSS.

Algunos hechos parecían darles la razón, como la extraña presencia de agitadores serbios en El Cairo o la difusión de propaganda contra los regímenes. Pero la realidad era muy diferente. Esas fueron auténticas rebeliones populares y Washington intentó, sin éxito, desvirtuarlas para su provecho. En definitiva, tunecinos y egipcios no aspiraban a la American Way of Life, sino más bien a deshacerse de dictadores títeres manipulados por Estados Unidos.

Cuando se produjeron disturbios en Libia, esos mismos comentaristas intentaron recuperar la zaga de la realidad argumentando que, esta vez, se trataba de un levantamiento popular contra Gadafi. A continuación, acompañaban sus editoriales con cándidas mentiras, presentando al coronel como un eterno enemigo de la democracia occidental, olvidando que el mismo dictador colaboraba activamente con Estados Unidos desde hacía ocho años.

Pero, si miramos más de cerca, lo que está ocurriendo en Libia constituye un avivamiento del antagonismo histórico entre la región de Cirenaica, por un lado, y Tripolitania y Fezzan del otro. Sólo en segundo lugar el conflicto ha tomado una inclinación política, el de una insurrección de personas identificándose con los monárquicos, a quienes pronto se les unieron todo tipo de pequeños grupos de la oposición (naseristas, jomeinistas comunistas, islamistas, etc.). En ningún momento la insurrección se ha extendido por todo el país.

Razonamiento equivocado

A pesar de esto, en Libia, cualquier voz que asegure que el conflicto ha sido fabricado e instrumentado desde afuera, etiquetándolo de “colonial”, recibe protestas. La opinión de la mayoría es que la intervención militar extranjera va a permitir al pueblo libio liberarse del tirano y que los “errores” de la coalición no pueden ser peores que los crímenes del genocida.

Sin embargo, ya la historia ha demostrado la falsedad de este razonamiento. Por ejemplo, muchos iraquíes opuestos a Sadam Husein y que acogieron como salvadoras a las tropas occidentales, ahora, ocho años y un millón de muertes más tarde, reconocen que la vida era mejor en el país en tiempos del déspota.

La opinión generalizada sobre el razonamiento falso en Libia se basa en una serie de convicciones erróneas:

- Contrariamente a lo que afirma la propaganda occidental (y a aquello a lo que parece dar crédito la proximidad cronológica y geográfica con Túnez y Egipto), todo el pueblo libio no se levantó contra el régimen de Gadafi. El coronel todavía tiene legitimidad popular en Tripolitania y Fezzan, regiones en las que distribuyó armas y dinero entre la población para resistir el avance de los insurgentes de Cirenaica y los ataques de las potencias extranjeras.

- Contrariamente a lo que afirma la propaganda occidental (a través de los medios) y a lo que parecen reafirmar las propias declaraciones del furioso "Hermano Líder", Gadafi nunca ha bombardeado directamente su propia población civil. Ha hecho uso de la fuerza militar contra el golpe de Estado sin tener en cuenta las consecuencias para la población civil, lo que es similar a lo que hacen los extranjeros con los bombardeos. Esta distinción no tiene importancia para las víctimas, pero en derecho internacional separa los crímenes de guerra de los crímenes contra la humanidad.

- Por último, contrariamente a lo que afirma la propaganda y el romanticismo revolucionario de opereta de Bernard Henry Lévy, la revuelta de Cirenaica no tiene nada de espontánea. Fue preparada por la DGSE, el MI6 y la CIA. Para formar el Consejo Nacional de Transición, los franceses se basaron en la información y los contactos de Masud El Mesmar, antiguo compañero y confidente de Gadafi, quien desertó en noviembre de 2010 y recibió asilo en París.

Para restaurar la monarquía, los británicos revivieron las relaciones del príncipe Muhamad al Sanusi, pretendiente al trono del Reino Unido de Libia (en la actualidad en el exilio en Londres) y han distribuido por todas partes la bandera roji-negri-verde con la media luna y la estrella.

Por su parte, los estadounidenses han tomado el control económico y militar, repatriando desde Washington a muchos libios en el exilio para ocupar los ministerios claves y la sede del Consejo Nacional de Transición.

Mientras tanto, el debate sobre la “conveniencia” de la intervención internacional es el árbol que oculta el bosque.

Si damos un paso atrás nos damos cuenta de que la estrategia de las grandes potencias occidentales ha cambiado. A pesar de que siguen usando y abusando la retórica de la “prevención del genocidio” y del “deber de la intervención humanitaria” de los hermanos mayores, o incluso del “apoyo fraterno” a los pueblos que luchan por su libertad, sus acciones hablan de modo diferente.

La "Doctrina Obama"

En su discurso en la National Defense University, el presidente Obama definió varios aspectos de su doctrina estratégica, destacando lo que la distingue de las de sus predecesores, Bill Clinton y George W. Bush.

Primero dijo: "En sólo un mes, EEUU ha conseguido, junto a sus socios internacionales, movilizar una amplia coalición para obtener un mandato internacional de protección a civiles, detener el avance de un ejército, evitar una masacre y establecer, con sus aliados y socios, una zona de exclusión aérea. Para poner en perspectiva la velocidad de nuestra reacción militar y diplomática deben recordar que en la década de 1990, cuando las personas eran intimidadas en Bosnia, se tardó más de un año para que la comunidad internacional interviniera con medios aéreos para proteger a los civiles. Esta vez sólo nos llevó 31 días”.

Esta rapidez contrasta con el período de Bill Clinton. Ello se explica de dos maneras: Por un lado, Estados Unidos en 2011 tiene un plan, mientras que en los años 90 dudaba entre si se dedicaba a disfrutar de la desaparición de la URSS para enriquecerse comercialmente o construía un imperio sin rival. Por otro lado, la política de la "reinicialización" (reset) de la administración Obama, apuntando a sustituir la negociación de la confrontación, ha dado en parte sus frutos con Rusia. Aunque esta nación sea uno de los grandes perdedores económicos de la guerra de Libia, Moscú ya ha aceptado el principio, incluso si los nacionalistas Vladimir Putin o Vladimir Chamov tienen ardores de estómago.

Luego, en el mismo discurso del 28 de marzo de 2011, Obama continuó: "Nuestra alianza más efectiva, la OTAN tomó el mando de la ejecución del embargo de armas y la zona de exclusión aérea. Anoche, la OTAN decidió asumir la responsabilidad adicional para la protección de los civiles libios. (...) Estados Unidos jugará (...) un papel de apoyo, especialmente en términos de inteligencia, de apoyo logístico, de la asistencia en la búsqueda y rescate, y de las interferencias en las comunicaciones del régimen. Debido a esta transición hacia una coalición más amplia, fundada sobre la OTAN, los riesgos y los costos de tales operaciones –para nuestras tropas y nuestros contribuyentes se reducirán considerablemente”.

No obstante, después de haber puesto por delante de Francia y fingir estar arrastrando los pies, Washington admitió haber "coordinado" todas las operaciones militares desde el principio. Obama hizo esto para anunciar inmediatamente la transferencia de esta responsabilidad a la OTAN.

En términos de comunicación interna, es evidente que el Nobel de la Paz Barack Obama no quiere dar la imagen de un presidente que dirige a su país a una tercera guerra en el mundo musulmán después de Afganistán e Irak. Sin embargo, esta cuestión de relaciones públicas no debe hacer olvidar lo fundamental: Washington ya no quiere ser el policía del mundo, pero tiene la intención de ejercer un leadership sobre las grandes potencias, intervenir en nombre de un “interés colectivo” y "mutualizar" los costos. En este contexto, la OTAN se convertirá en la estructura de coordinación militar por excelencia, en la que Rusia –o incluso más tarde China– deberán participar.

Por último, Obama acabó su discurso en la National Defense University: "Habrá ocasiones en que nuestra seguridad no será amenazada directamente, pero en las cuales nuestros intereses y nuestros valores sí lo serán. A veces la historia nos pone cara a cara con desafíos que amenazan nuestra humanidad y nuestra seguridad común: intervenir en el caso de los desastres naturales, por ejemplo, o prevenir un genocidio y preservar la paz; asegurar la seguridad regional y mantener el flujo del comercio. Estos tal vez no sean problemas americanos, pero también son importantes para nosotros. Estos son problemas que merecen resolverse. Y en estas circunstancias, sabemos que los Estados Unidos, en tanto que nación más poderosa del mundo, a menudo serán llamados a prestar asistencia".

De este modo Barack Obama rompe con el encendido discurso de George W. Bush, quien pretendía extender por el mundo entero el American Way of Life a punta de bayoneta. Pero aunque EEUU asegura que desplegará recursos militares para causas humanitarias u operaciones de mantenimiento de la paz, sólo concibe la guerra para la "seguridad regional y mantener el flujo del comercio."

Este punto merece una explicación detallada.

Cambio estratégico

Por convención o por conveniencia, los historiadores llaman a cada doctrina estratégica por el nombre del presidente que la lleva a cabo. En realidad, la doctrina estratégica se desarrolla ahora en el Pentágono y no en la Casa Blanca. El cambio fundamental no se ha producido con la entrada de Barack Obama al Despacho Oval (enero de 2009), sino con la de Robert Gates al Pentágono (diciembre de 2006). Los dos últimos años de la presidencia de Bush no salen, pues, de la "Doctrina Bush", sino que son el preludio de la "Doctrina Obama". Y es justamente porque acaba de ganar que Robert Gates plantea retirarse con orgullo del trabajo acabado.

Para hacerme entender, yo distinguiría entre una "doctrina Rumsfeld" y una "doctrina Gates". En la primera, el objetivo es cambiar los regímenes políticos, uno por uno en todo el mundo, hasta que todos ellos sean compatibles con el de Estados Unidos. A éstos se les llama "democracias de mercado", aunque puedan definirse como sistemas oligárquicos en el que pseudo-ciudadanos están supuestamente protegidos de las acciones arbitrarias del Estado y pueden elegir a sus líderes, pero no pueden elegir sus políticas. Este objetivo fue el que llevó a la organización de las revoluciones de colores, como la ocupación de Afganistán e Irak.

Sin embargo, dice Barack Obama en el mismo discurso: "Gracias a los extraordinarios sacrificios de nuestras tropas y la determinación de nuestros diplomáticos, tenemos muchas esperanzas en el futuro de Irak. Pero el cambio de régimen tomó ocho años, costó miles de vidas estadounidenses e iraquíes y cerca de un billón de dólares. No podemos permitir que eso vuelva a suceder en Libia".

En resumen, este objetivo de una Pax Americana, que a la vez protegería y dominaría todos los pueblos de la Tierra, es económicamente inviable. Del mismo modo, además, que el ideal de convertir la humanidad entera a la American Way of Life.

Otra visión imperial, más realista, se ha impuesto poco a poco en el Pentágono. Fue popularizada por Thomas PM Barnett en su libro “The Pentagon’s New Map. War and Peace in the Twenty-First Century”.

El mundo del futuro estaría dividido en dos. Por un lado, el centro estable en torno a Estados Unidos, para los países desarrollados o, al menos, para los democráticos. El otro, una periferia abandonada a sí misma, sumida en el subdesarrollo y la violencia. El rol del Pentágono sería el de garantizar el acceso del mundo civilizado a la riqueza natural de los suburbios y protegerla.

Esta visión presupone que Estados Unidos está compitiendo cada vez más con otros países desarrollados, pero se convierte en su líder de seguridad. Parece posible con Rusia, desde que el presidente Dmitry Medvédev abrió el camino para la cooperación con la OTAN durante el desfile para conmemorar el final de la Segunda Guerra Mundial, en la cumbre de Lisboa. Pero puede ser más complicado con China, cuya nueva dirección parece más nacionalista que la anterior.

La extensión inevitable

La división del mundo en dos zonas, una estable y otra caótica, donde la segunda es la reserva de las riquezas naturales de la primera, obviamente, plantea una cuestión de límites. En la obra de Barnett (2004), los Balcanes, Asia Central, la mayor parte de África, los Andes y América Central son lanzados a las tinieblas. Tres estados miembros del G-20 (de los cuales uno es también miembro de la OTAN), están condenados al caos: Turquía, Arabia Saudita e Indonesia. Este mapa no es estático y las repescas siguen siendo posibles. Así, Arabia Saudita está ganando sus galones aplastando con sangre la revuelta de Bahrein.

Puesto que ya no es una cuestión de ocupar los países, sino de mantener en el tiempo las áreas de explotación y llevar a cabo redadas, en caso necesario, el Pentágono tiene la necesidad de extender a toda la periferia el proceso de fragmentación o "remodelación" que se inició en el "gran Medio Oriente" (Greater Middle-East).

El objetivo de la guerra ya no es la explotación directa de un territorio, sino la desintegración de toda posibilidad de resistencia. El Pentágono se está centrando en el control de las rutas marítimas y las operaciones aéreas para subcontratar en mayor medida las operaciones de tierra a sus aliados. Este fenómeno es el que acaba de comenzar en África con la partición de Sudán y las guerras en Libia y Costa de Marfil.

Si en términos de discurso democrático el derrocamiento del régimen de Muamar Gadafi sería una meta gratificante, no lo es desde el punto de vista del Pentágono, para quien no es ni necesario ni deseable. En la "doctrina Gates" más vale mantener un Gadafi histérico y humillado en un reducto tripolitano que una gran Libia unificada, capaz de mantener la resistencia contra la ocupación.

Por supuesto, el resultado de esta nueva visión estratégica no será sin dolor. Habrá flujos de migrantes, que hoy son cada vez más, huyendo del infierno de la periferia para entrar en el paraíso del centro. Y habrá esos incorregibles humanistas que insisten en pensar que el paraíso de unos no debe construirse sobre el infierno de otros.

Es este proyecto de guerra sostenida el que está en juego en Libia, y es con relación a él que cada uno tiene que tener una posición clara.

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Publicado originalmente a comienzos de abril en egaliteetreconciliation.fr, luego en voltairenet.org y en rebelion.org el 15-4-2011. Me tomé la libertad de editar bastante esta traducción, con intervenciones estilísticas importantes. También omití las citas y las referencias bibliográficas.

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